martes, 21 de agosto de 2012

Los hijos de Dios que se fijaron en las hijas de los hombres


Genesis 6:1,2 Aconteció que cuando comenzaron los hombres a multiplicarse sobre la faz de la tierra, y les nacieron hijas, (v.2) que viendo los hijos de Dios que las hijas de los hombres eran hermosas, tomaron para sí mujeres, escogiendo entre todas.


¿Quiénes fueron esos hijos de Dios?

El versículo no lo dice, convirtiéndose así en uno de los más problemáticos del libro de Génesis. Las dificultades comienzan con las primeras preguntas: «¿Quiénes son los hijos de Dios?» «¿Y las hijas de los hombres?» «¿Qué hicieron los hijos de Dios a las hijas de los hombres y con ellas?»

Debemos empezar por la primera de esas preguntas, «¿Quiénes son los hijos de Dios?», que es la más difícil de todas. G. H. Livingston expresa: «¿A quiénes se refiere este título? ¿A dioses paganos? ¿A gobernantes paganos? ¿A ángeles? ¿Al linaje de Set?



¿Dioses paganos?

La mayoría de los comentaristas afirman que los exégetas modernos siguen tres líneas principales de interpretación. Livingston, sin embargo, propone una cuarta: la de que los hijos de Dios son deidades paganas. Antes de examinar las opiniones más populares echaremos un vistazo a esta última.

Livingston dice que, entre los paganos, hay «relatos mitológicos que se remontan a los hurritas (ca. 1500 a.C.) los cuales hablan de ciertas deidades naturales que mantienen relaciones ilícitas unas con otras y, en algunos casos, con seres humanos. ¿Es este pasaje un resto de aquella historia?» A continuación menciona que mientras «gran parte de los eruditos del Antiguo Testamento afirman que la mitología erótica no es un rasgo normal del relato veterotestamentario, otros dicen que aquí tenemos la excepción. El escritor del Antiguo Testamento habría alterado un mito antiguo y, con cierto bochorno, lo habría presentado como causa del juicio que Dios mandó en forma de diluvio».

Livingston mismo rechaza esta interpretación, como lo hacen la mayoría de los comentaristas.

Los tres puntos de vista más corrientes son: primero, los hijos de Dios son gobernantes, una temprana aristocracia real; segundo, los hijos de Dios son ángeles; y tercero, los hijos de Dios son el linaje piadoso de Set, en este caso las hijas de los hombres serían las mujeres del linaje impío de Caín.

¿Gobernantes humanos?

Examinaremos brevemente esta primera interpretación, que afirma que los hijos de Dios eran miembros del liderazgo (príncipes y reyes) de la humanidad. Su poder real no tardó en corromperlos y tomaron para sus harenes mujeres sexualmente atractivas de todas las clases sociales. Como poco su pecado sería el de la poligamia.

Aunque muchas de las mujeres, tal vez la mayoría, consentía en esta práctica a causa de la vida lujosa que llevaba aparejada, otras habrían sido obligadas por sus familias respondiendo a las exigencias de su gobernante. A menudo, las chicas eran demasiado jóvenes para comprender todas las implicaciones de un estilo de vida semejante. Para algunas mujeres, quizás, aquello implicó violación, concubinato forzoso o rapto con vistas a la explotación sexual. Con el tiempo, sin embargo, ellas llegaron a estar tan corrompidas como sus explotadores (v. 5).

Cual fuera el caso, como el engreído Lamec había hecho antes que ellos (Génesis 4.19, 23, 24) y aquel adicto al sexo que fue el rey Salomón haría después (1 Reyes 11.1–13), estos reyes abusaban sexualmente de las mujeres. Aunque esta es la posición del judaísmo ortodoxo, Kail y Delitzsch dicen que puede «descartarse de inmediato por los usos del lenguaje y por ser completamente antiescritural».

¿Angeles caídos?

Los principales puntos de vista sostenidos por la mayor parte de los comentaristas judíos y los eruditos cristianos hasta el día de hoy son el segundo y el tercero ya citados. Examinemos cada uno de ellos por separado. En primer lugar están los que afirman que los hijos de Dios son ángeles caídos (ángeles vigilantes, como en seguida veremos) y las hijas de los hombres, mujeres. Esto no significa, según explican los comentaristas, que dichas mujeres fueran violadas o raptadas por los ángeles. En realidad muy bien pudiera ser todo lo contrario. Las mujeres se entregaron a sí mismas a los seres angelicales para que ellos fuesen sus compañeros sexuales, probablemente con pleno consentimiento de sus familias. Esto hace tan terrible el cuadro de la depravación humana que justifica la decisión de Dios en cuanto a destruir a la humanidad (vv. 7.13).

Wenham acepta este postulado, aunque admite: «Dada la diversidad de formas en que se ha interpretado la expresión “hijos de Dios”, resulta difícil saber qué sentido es el correcto: si el angélico, el real o el tradicional de la descendencia de Set».

La tradición de los ángeles vigilantes

C. Fred Dickason, que no acepta esta posición, dice que los nombres dados a los ángeles en la Escritura reflejan ya sea su naturaleza o su función en el reino celestial. Un nombre que revela la función ministerial de cierto grupo de ángeles es el de «vigilantes». Dickason explica que el mismo significa «ángeles que actúan como supervisores y agentes bajo las órdenes de Dios y empleados por Él en el control del gobierno mundial. Su tarea puede ser la toma de decisiones y la ejecución de mandatos que afecten a los asuntos mundiales» (Salmo 89.5–7; Daniel 4.13, 17, 23; 7.9–16; 1 Reyes 22.19–23; Ezequiel 1.4).

Es posible que esa sea la clase de ángeles que aquí se describen como «los hijos de Dios» y que entraron en una unión sexual ilícita con las mujeres. También puede que se trate de esos espíritus territoriales que están siendo objeto de tanta investigación y blanco de tantos esfuerzos evangelísticos con choques de poder hoy en día (Daniel 10.13, 20; Apocalipsis 2–3; 17).

El nombre de «vigilante» aparece en Daniel 4.13, 17 y 23. Era muy corriente en la literatura apocalíptica judía y en algunos de los apócrifos cristianos. En Daniel 4 se describe a cada uno de esos ángeles como «vigilante y santo». Forman junto con Dios, y bajo su autoridad, el consejo celestial encargado de tomar las decisiones principales que afectan a la tierra (v. 17). Cuando se los describe en movimiento, siempre aparecen descendiendo del cielo a la tierra (vv. 13, 23). De modo que controlan, en parte, los asuntos de los hombres en el mundo.

Russell describe la actividad de los ángeles vigilantes como de consejeros divinos. Y utilizando la tradición antigua del Oriente Medio, no la Biblia, escribe acerca de la rebelión celestial bajo el mando de Semyaza, que evidentemente era el jefe de los vigilantes. Russell cree que más tarde Semyaza se convirtió en Satanás o el diablo.

Gran número de vigilantes se rebelaron entonces contra el señorío de Dios bajo las órdenes de Semyaza, afirma Russell, y el primer acto para declarar su independencia de Yahvé fue bajar a la tierra, es probable que en forma humana, a fin de codiciar a las mujeres mortales.

Tomaron como compañeras sexuales a tantas de ellas como quisieron y sus hijos fueron semidioses, criaturas malignas de gran fuerza y con habilidades sobrenaturales. Esto llevó a la degradación de la raza humana. Los vigilantes fueron a su vez castigados por Dios y la humanidad sufrió el juicio divino con el Diluvio, sigue diciendo Russell. De esta manera, Russell presenta una excelente panorámica de la caída de Satanás y sus ángeles. Sus opiniones respaldan la idea de que en Génesis 6 se indica que hubo una explotación sexual de las mujeres por parte de seres angelicales.

Como ya he mencionado antes, también Wenham sostiene la interpretación angélica de Génesis 6.1–4, y dice que los eruditos modernos que aceptan la misma presentan diversas razones para apoyarla.

En primer lugar, en cualquier otro sitio del Antiguo Testamento (Salmo 29.1; Job 1.6) la expresión «hijos de Dios» se refiere a las criaturas angélicas deiformes. En segundo lugar, en Génesis 6.1–4 vemos el contraste entre «los hijos de los dioses», por un lado, y «las hijas de los hombres», por el otro; no entre un grupo de hijos de hombres frente a otro de hijas de hombres.

Las interpretaciones alternativas presuponen que lo que quería decir realmente Génesis 6 era que «los hijos de algunos hombres» se casaron con «las hijas de otros». La expresión «hijos de Dios» es, cuando menos, una forma oscura de expresar tal idea.

Génesis 6.1 hace esta idea tanto menos plausible por referirse el término «hombres» a toda la humanidad. Y también «es natural», sigue diciendo Wenham, «suponer que en el versículo 2 la expresión “hijas de los hombres” tiene un sentido igualmente amplio: no se refiere a una sección específica de la raza humana». Por último, Wenham señala que «en la literatura ugarítica el término “hijos de Dios” se refiere a los miembros del panteón divino, y que es probable que Génesis utilice dicha expresión en un sentido semejante».

Wenham hace luego un comentario importante sobre la naturaleza de los pecados sexuales implicados.

Uno debe mirar detrás de los términos específicos utilizados para descubrir la razón de la condenación en este caso[ … ] Aquí, la falta de las hijas de los hombres reside seguramente en haber consentido en las relaciones sexuales con “los hijos de los dioses”[ … ] Los padres de las jóvenes también estarían implicados, ya que, si no hubo violaciones ni seducción, tuvieron que dar su aprobación a aquellos emparejamientos. La evidente omisión de cualquier término que pudiera sugerir una falta de consentimiento hace culpables tanto a las muchachas como a sus padres, y más aún si se tiene en cuenta que el capítulo anterior ha dejado claro que la humanidad estaba procreando por sí misma con mucho éxito.

Wenham apoya además la interpretación angélica diciendo: «Este relato puede ser también[ … ] una polémica contra los cultos de la fertilidad que incluían a menudo matrimonios sagrados entre los dioses y los hombres». Y se refiere a la prohibición veterotestamentaria de las siembras mixtas, las prendas de tejidos mezclados, el cruce de especies y los matrimonios con no israelitas. Por lo tanto, «las uniones entre “hijos de los dioses y mujeres”, expresa, «serían especialmente odiosas».

¿El linaje de Set?

La tercera posición considera que la expresión «los hijos de Dios» se refiere a la descendencia piadosa de Set y «las hijas de los hombres» indica el linaje cainita apóstata. El pecado consistiría en haber interrumpido dicha descendencia piadosa mediante el vínculo con las impías hijas de Caín.

¿Puede contestarse la pregunta?

Wenham, que es un erudito inglés, dice que esta interpretación, la cual fue «durante mucho tiempo la exégesis cristiana preferida porque evitaba la sugerencia de una relación carnal con ángeles, tiene pocos defensores hoy en día». En realidad esta opinión tradicional no es muy popular entre los eruditos evangélicos en Gran Bretaña, pero sí en América. Es más, todavía constituye «la exégesis cristiana preferida" en los Estados Unidos y el Canadá, así como en otras partes del mundo donde han trabajado los misioneros americanos.

Cuando estos autores no respaldan vigorosamente la interpretación del linaje de Set, adoptan una posición neutral, presentando tanto ésta como la interpretación «angélica», pero sin expresar su preferencia entre las dos. Me cuento en ese número. No estoy seguro de cual sea la mejor interpretación. Me gusta la posición de Kidner de que «lo más importante de este pasaje enigmático es que se ha alcanzado un nuevo nivel en el progreso del mal, traspasándose los límites impuestos por Dios en una esfera más». Luego esboza el apoyo que tienen tanto la interpretación angélica como la basada en el linaje de Set.

Si la interpretación [angélica] desafía a lo que es normal en la experiencia, la [del linaje de Set] hace lo propio con las normas del lenguaje, porque aunque el Antiguo Testamento pueda declarar que el pueblo de Dios son sus hijos, el significado normal del término «hijos de Dios» es el de «ángeles», y nada ha preparado al lector para suponer que «hombres» se refiere únicamente a los descendientes de Caín.

Kidner vincula la interpretación angélica con la narración del Nuevo Testamento.

Es posible que el respaldo del Nuevo Testamento al significado de ángeles pueda verse en 1 Pedro 3.19, 20. También en 2 Pedro, donde los ángeles caídos, el Diluvio y el juicio de Sodoma forman una serie que podría estar basada en Génesis, y en Judas 6, pasaje en el que la ofensa de los ángeles consiste en haber abandonado «su propia morada». Las ansias de los demonios por contar con un cuerpo[ … ] presenta al menos cierto paralelismo con su hambre de experiencia sexua[ … ] Más importante que los detalles de este episodio es su indicación de que el hombre no puede ya ayudarse a sí mismo, tanto si los descendientes de Adán han traicionado su vocación como si los poderes demoníacos han alcanzado un dominio completo.

Este razonamiento de Kidner es excelente. Aunque comprender el pasaje en cuestión presente grandes dificultades para nosotros, evidentemente no les sucedía lo mismo a los receptores originales del libro de Génesis. Sin embargo, por desgracia, lo que ellos entendían por los versículos 1 y 2 no ha llegado hasta nosotros. Nuestra comprensión de Génesis como libro, escrito para un pueblo que sabía que los seres espirituales caídos podían apoderarse de cuerpos humanos a fin de mantener relaciones sexuales ilícitas con ellos, me inclinaría a la interpretación de que los hijos de Dios eran seres angelicales. Sin embargo, las objeciones que tengo a esta interpretación resultan casi insuperables a causa de mi investigación, mi ministerio con gente endemoniada y mi experiencia en lo relacionado con demonios sexuales.


Demonios sexuales

Los demonios que se especializan en mantener relaciones sexuales con seres humanos, tanto varones como hembras, son muy corrientes. Se los conoce y se ha escrito sobre ellos desde hace siglos denominándolos íncubos y súcubos. El primero interpreta el rol sexual masculino y el segundo el femenino. Aunque los espíritus íncubos y súcubos mantienen relaciones sexuales plenas con los seres humanos, no producen esperma, y por lo tanto son incapaces de procrear y de producir una raza de seres mitad demonios y mitad humanos.

Russell menciona este problema y, refiriéndose a la idea de los teólogos de la Edad Media que trataban con tales fenómenos, dice: «Aunque no tenga cuerpo propio, el diablo puede adoptar uno en el cual (por ejemplo) mantener relaciones sexuales, aunque ni como íncubo ni súcubo puede engendrar descendencia». Estoy de acuerdo con Russell. Para mí esto es lo que hace la interpretación angélica mucho más improbable que la del linaje de Set, a pesar de las dificultades de esta última.

Aunque mi inclinación por el postulado favorable al linaje de Set y en contra de los ángeles caídos es muy fuerte, como Wenham, tengo cierta dificultad en cuanto a la forma en que la primera interpreta las expresiones tanto de «los hijos de Dios» como de «las hijas de los hombres». También me resulta difícil creer que los receptores originales del libro llegaran a esa interpretación partiendo sólo del texto. Así que es probable que tengamos aquí una cuestión insoluble.

Una nueva era en el progreso del mal

Creo que Kidner tiene razón cuando dice que con «este pasaje enigmático se ha alcanzado una nueva era en el progreso del mal» y que «más importante que los detalles de este episodio es su indicación de que el hombre no puede ayudarse ya a sí mismo, tanto si los descendientes de Adán han traicionado su vocación como si los poderes demoníacos han alcanzado un dominio completo».

A las excelentes observaciones de Kidner me gustaría añadir que, en este pasaje, no sólo el hombre «no puede ayudarse ya a sí mismo», sino que ha llegado a ser tan depravado que está fuera de toda posibilidad de ayuda divina. Ahora se encuentra tan completamente endemoniado (en mi opinión) y tan entregado a «los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida» (1 Juan 2.16), que está más allá de toda esperanza ni siquiera de responder a los esfuerzos del Espíritu de Dios (Génesis 6.3, 5–7). Como el Efraín de un día todavía futuro, se halla totalmente «dado a ídolos» (Oseas 4.17). Por lo tanto, en el versículo 3, y parafraseando Oseas 4.17b, Dios expresa: «Está más allá de toda ayuda, déjalo».

En los días de Noé, la civilización alcanzó un estado de total depravación, nunca antes conocido y que jamás volvería a repetirse. Todos los hombres, de todas las culturas, habían llegado a ser como las futuras ciudades de Sodoma y Gomorra. Dios no pudo encontrar siquiera diez hombres justos que le hicieran renunciar a la destrucción completa y universal de la raza humana. Sólo halló a ocho en la familia de Noé: Noé mismo, su mujer, sus tres hijos y sus nueras (Génesis 7.1, 7).

En función de los próximos estudios de este libro acerca de cómo los demonios se fijan en las áreas pecaminosas de las vidas humanas, una raza de hombres como los descritos en Génesis 6, incluyendo a varones, mujeres y sus pobres hijos, debían estar universalmente endemoniados. La única grata excepción son Noé y su familia.

Ahora debemos ocuparnos de otros tres asuntos relacionados con esto. El efecto inmediato que tuvo la cohabitación ilegítima descrita en los versículos 1 y 2 sobre el mismo Dios (v. 3); el fruto de esa cohabitación antinatural, fuera cual fuese la misma (v. 4); y el efecto de largo alcance que produjo todo el mal descrito en los versículos 1 al 4 en un Dios santo y justo (vv. 5–8).

El efecto inmediato sobre Dios

Empezamos por el efecto inmediato que tuvo sobre Dios la nauseabunda, libertina y antinatural cohabitación descrita en los versículos 1 y 2. Primeramente, Dios dice: «No contenderá mi espíritu con el hombre para siempre». O como expresaría una traducción literal: «Mi espíritu no permanecerá en el hombre para siempre».

Aunque tal vez sea difícil saber el significado exacto de este versículo, no sucede lo mismo con su significado general, y esto debiera bastarnos. Hamilton comenta que:

[ … ] la palabra acerca del disgusto divino se halla entre la escena de la cohabitación (v. 2) y la referencia a los hijos producidos por esa unión (v. 4). Al colocar ahí el versículo, el autor está indicando que dicha unión prohibida en sí resulta ofensiva para Yahvé, más que el hecho de que produjera una descendencia (híbrida).

En otras palabras: la ofensa es tan horrenda que resulta imperdonable. Dios piensa retirar su Espíritu de su anterior relación con la humanidad. Keil y Delitzsch interpretan que el Señor está diciendo: «Mi Espíritu no gobernará en los hombres para siempre; son carne y no cesan de vagar».

En este punto las notas de Calvino resultan de gran ayuda:

Moisés[ … ] presenta a Dios mismo hablando. Ya que, cuando sale de los labios del propio Dios, la declaración respecto a que la maldad de los hombres era demasiado deplorable para que aún hubiese alguna esperanza evidente de remedio o alguna razón para que los perdonase, tiene más peso.

Calvino continúa diciendo que «Dios no había sido empujado a la precipitación por el ardor de su ira, ni se había mostrado más severo de lo justo, sino que se sintió casi constreñido por la necesidad a destruir al mundo entero, por completo, exceptuando a una sola familia».

El versículo 3b nos proporciona las razones determinantes que hay detrás de esa declaración en la que Dios da por perdida a la raza humana existente, incluso al linaje de Set (exceptuando la familia de Noé). El versículo en cuestión dice: «Porque ciertamente él es carne». Se trata de una declaración asombrosa que casi anticipa el uso que luego hará el Nuevo Testamento de la palabra «carne» (en griego sarx) en un sentido moral, o mejor dicho, inmoral.

Wenham dice al respecto: «Carne es uno de los términos antropológicos más importantes del Antiguo Testamento. Su sentido fundamental es “carne”, “cuerpo”. Algunas veces “carne” se refiere a la debilidad moral del hombre y a su propensión al pecado» (cf. Génesis 6.12). Se trata de una palabra del Nuevo Testamento, pero no del todo desconocida en el Antiguo, como afirma Hamilton.

Por lo tanto, en el uso que Dios hace aquí de «carne», tenemos un anticipo de la elaborada utilización del término en el Nuevo Testamento. Ahora sabemos, por las avanzadas enseñanzas neotestamentarias, que si los hombres no mantienen la carne crucificada con Cristo, están abriendo las puertas de sus vidas a las trampas demoníacas (1 Corintios 7.5; Efesios 4.27; 1 Timoteo 3.6–7; 4.1; 5.14–15). Esto es lo que sucedió, a escala mundial, en Génesis 6, la consecuencia de lo cual fue una esclavitud completa de la raza a los malos espíritus y su resultado final el juicio del diluvio (6.13–9). Esta es para mí la única interpretación posible de esa singular historia del mal angélico-humano.

La identidad de los gigantes

El siguiente tema que debemos considerar relacionado con el asunto de la guerra espiritual de Génesis 6, es la referencia a los «gigantes» y a los «valientes que desde la antigüedad fueron varones de renombre» (v. 4). Ellos están en cierto modo relacionados con los acontecimientos de los versículos 1 y 2, ya que en medio del versículo 4 vuelve a repetirse el mismo pecado de los hijos de Dios con las hijas de los hombres. Sus vidas y aquellas de los hijos de Dios y las hijas de los hombres están de algún modo relacionadas.

La mejor explicación en cuanto a las relaciones de que se trata parece ser la más sencilla. Mientras los pecados de los hijos de Dios y las hijas de los hombres estaban ocurriendo, otros sucesos inquietantes se producían también sobre la tierra: la presencia de «gigantes» y el efecto de ciertos «valientes que desde la antigüedad fueron varones de renombre».

¿Quiénes eran aquellos gigantes? Una cosa es segura, no se trataba de la descendencia de los ángeles caídos y las mujeres mortales, ni eran mitad demonios y mitad humanos. Aunque sea una interpretación popular, no tiene respaldo bíblico alguno. La prueba es que los gigantes volvieron a aparecer cientos de años después del diluvio, en Números 13.33. Sin embargo, ya que aquellos que había en la tierra en Génesis 6 murieron todos con el juicio divino, debía tratarse de una clase o un tipo de ser humano capaz de volver a surgir en cualquier momento después del diluvio. Y eso fue exactamente lo que ocurrió.

Hamilton dice que la palabra «nephilim» (traducida por «gigante» en castellano) significa «caídos». Leupold, por su parte, expresa que quiere decir «hacerse pedazos, atacar»; es decir, «ladrones, asaltantes o bandidos que infundían miedo en los corazones de los hombres». Y menciona a Lutero, según el cual se trataba de «tiranos» que «estaban ya sobre la tierra en el momento en que los descendientes de Set se mezclaron con los de Caín», pero que también siguieron estando presentes después de aquella triste confusión.

A continuación, Leupold relaciona el versículo 4a con el resto del mismo, y dice que mientras los gigantes estaban sobre la tierra, el linaje de Set se entremezcló con la descendencia de Caín. Por último afirma que los valientes a que se hace referencia eran esos mismos gigantes (como expresa la Reina-Valera de 1960). En sus propios ojos eran «los héroes de la antigüedad, los varones de renombre (en hebreo los hombres del nombre)». Sin embargo inspiraban un terror de muerte a todos los demás humanos. «Consiguieron una reputación en todo el mundo por medio de la violencia, pero una reputación que más bien merecía el título de notoriedad. En aquellos tiempos, como ahora, el mundo seguramente no tenía a los hombres piadosos en gran estima; sólo los malvados eran renombrados o tenían un nombre».

Por último, dice Wallis, estos hombres son idénticos a los otros gigantes que aparecen con frecuencia en el relato bíblico.

Todo en los versículos 1 al 4 pretende ser la razón de lo que menciona en los versículos 5 al 8 y más tarde: el disgusto absoluto de Dios con toda la raza humana a causa de su casi indescriptible perversidad y la decisión que tomó de destruir a la humanidad entera, salvo a Noé y su familia.

El versículo 5 revela lo que Dios veía. El 6 cómo se «sentía» por lo que había visto. En el 7 aparece decidido a pasar a la acción, en vista tanto de lo que veía como de lo que sentía. El versículo 8 revela el reconocimiento por parte del Señor de que había un hombre digno de convertirse en el segundo padre de la raza hecha por Él a su imagen y semejanza. Ahí estaba el nuevo «Adán». Se llamaba Noé.

Principales lecciones sobre la guerra espiritual de Génesis 6.1–8

Cual sea la interpretación que se adopte en lo referente a los aspectos más difíciles de este relato (ya hemos esbozado los principales, pero no todos aquellos que se les plantean a los comentaristas), las lecciones más importantes acerca de la guerra espiritual están claras. En primer lugar desde la Caída «todo designio de los pensamientos del corazón de [los hombres] era de continuo solamente el mal», y a consecuencia de ello «la maldad de los hombres era mucha en la tierra» (v.5). Ahora la humanidad es capaz de pecar en cualquier forma (Gálatas 5.19–21); está comprometida en una guerra contra el pecado.

En segundo lugar, esta guerra contra el pecado es multidimensional. El hombre pelea con su carne (v. 3), con el mundo (vv. 1–7) y con el campo sobrenatural maligno (vv. 1–4 a la luz del 4.7). Y pierde por completo dicha guerra multidimensional contra el pecado.

Ahora el mundo estaba compuesto por «caínes» (Génesis 4.4 con 6.1–7). Al igual que Caín, se había hecho «del maligno» (1 Juan 3.12). Sin lugar a dudas se trataba de la generación más endemoniada que ha vivido nunca sobre la tierra. Así que Dios tuvo que destruirlos y comenzar de nuevo con el único hombre que, como Set (de quien descendía), «invocaba el nombre del Señor» (Génesis 4.26).

Un hombre había aprendido a hacer morir las pasiones de su carne, a rechazar con éxito los estímulos externos del que quizás haya sido el sistema mundial más perverso de la historia, a resistir al diablo y hacerle huir.

Pero lo más importante de todo: Noé ayudaba a su esposa y sus tres hijos a hacer lo mismo; y estos últimos, a su vez, después de encontrar mujeres jóvenes no corrompidas todavía por completo, las guiaron al conocimiento de Yahvé como Señor y formaron hogares ideales temerosos de Dios.

No se dice que los hijos de Noé tuviesen descendencia antes del diluvio, no obstante es posible que así fuese. Ya que a los niños no se les responsabiliza de pecado aunque posean una naturaleza pecaminosa (Romanos 4.15; 5.13), no serían contados como injustos, especialmente si habían sido educados en una familia tan temerosa de Dios. Por lo tanto, puede afirmarse que, por muy corrupto que sea el entorno en que nos vemos obligados a vivir, Dios nos ha dado todas las armas necesarias para que andemos en victoria en nuestra lucha (2 Corintios 10.3–5; Efesios 6.10–20; 1 Pedro 5.8–11).

Tomado de libro: Manual de Guerra Espiritual de Dr. Ed Murphy


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