jueves, 19 de septiembre de 2013

Qué es el Reino de Dios

Volverse a las Escrituras es el primer paso para entender qué es el reino de Dios, pero determinar qué es lo que enseñan las Escrituras no siempre es una cosa fácil de hacer. Cuando estudiamos el tema bíblico del reino de Dios nos enfrentamos con varias dificultades. Primero, algunas doctrinas bíblicas, como la del pecado, son definidas con un alto grado de precisión (1 Juan 3:4). El reino de Dios, en contraste, nunca es definido precisamente en la Biblia.
La frase aparece con suma frecuencia en la predicación de Jesús, pero Jesús parece haber asumido que Sus oyentes entenderían lo que Él quería decir. En lugar de definir el reino de Dios, Jesús explicó su naturaleza por una variedad de imágenes, metáforas y parábolas. El reino es como una semilla de mostaza que crece hasta convertirse en un árbol, como una perla enterrada en un campo, como una red que junta peces, como un hacendado que le renta su viña a unos malvados, como un rey que perdona la deuda de su siervo, y así sucesivamente. Ninguna de estas metáforas, imágenes o parábolas agota el pleno significado del reino de Dios. En lugar de eso la enseñanza de Jesús provee una variedad de diferentes perspectivas sobre el reino.





Algunos eruditos han concluido, a partir de la evidencia bíblica, que el reino de Dios no es una “cosa” o una “idea” en lo absoluto. En lugar de eso llaman al reino de Dios un “símbolo de tensión.” Algunos símbolos siempre simbolizan la misma cosa. Con estos símbolos hay una relación de uno-a-uno entre el símbolo y la realidad. Estos son conocidos como “estenosímbolos.”

Un símbolo “de tensión,” en contraste, trae a la mente muchas asociaciones diferentes; tiene un “conjunto de significados que no pueden ni ser agotados ni adecuadamente expresados por algún referente único.” Cuando Melville inicia Moby Dick con la oración, “Llámenme un Ismael,” el lector informado se acordará de Ismael, el hijo de Abraham. El Ismael bíblico fue un paria, un trotamundo, un cazador. Desde la primera oración del clásico de Melville el lector tiene ciertas preconcepciones vagas sobre el personaje Ismael. De igual manera, en opinión de muchos eruditos, cuando Jesús habló del reino de Dios, no se estaba refiriendo a una sola “cosa” o “idea” o “concepto.” En vez de eso él estaba usando un símbolo que evocaba muchas concepciones diferentes en las mentes de Sus oyentes.Ellos pensaban en el reinado de Dios sobre toda la creación, en Sus hechos poderosos a favor de Su pueblo, en la gloria del reino de Israel bajo David y Salomón, en las promesas proféticas de la restauración del reino de David, en la profecía de Daniel de un “hijo de hombre” a quien se le

daría dominio y un reino, y otros eventos e instituciones del Antiguo Testamento. Por ejemplo, Norman Perrin sugiere que “reino” en el Padrenuestro es un símbolo de tensión, y que las peticiones de la oración “representan posibilidades realistas para la experiencia personal o comunal de Dios como rey. Dios ha de ser experimentado como rey en la provisión del ‘pan diario,’ en la realidad experimentada del perdón de los pecados, y en el apoyo frente a la tentación.” De este modo la oración explora las “posibilidades fundamentales para la experiencia de Dios como rey en la vida humana; no son ni mutuamente exclusivas ni exhaustivas.”

Este enfoque al estudio del reino produce algunas perspectivas muy fructíferas y frescas. En particular, toma en serio la complejidad de la enseñanza de Jesús respecto al reino de Dios, y es, de este modo, un correctivo útil a la tentación de limitar esa enseñanza a uno o dos elementos básicos. Es ciertamente cierto que las parábolas, oraciones y símiles de Jesús no son “ni mutuamente exclusivas ni exhaustivas.” Además, este enfoque es sofisticado en su entendimiento del uso del lenguaje. Y se debe decir que, de acuerdo al testimonio sinóptico, Jesús usó el lenguaje del “reino de Dios” para evocar una amplia gama de conceptos y remembranzas de la historia y la profecía del Antiguo Testamento. En estos sentidos, parece legítimo describir el uso de “el reino de Dios” por parte de Jesús como un “símbolo de tensión.”

Aún así el enfoque de “símbolo de tensión” es más útil al interpretar el uso del lenguaje del “reino de Dios” en pasajes específicos que en producir un entendimiento sistemático de la enseñanza de Jesús respecto al reino. Es más una teoría sobre el uso del lenguaje por parte de Jesús y su efecto sobre Sus oyentes que sobre Su teología (aunque, claro está, las dos cuestiones están relacionadas). Si todo lo que decimos sobre el reino es que Jesús usó esa frase para evocar una gama de concepciones, no hemos dicho nada sobre las interrelaciones entre esas varias concepciones.

No solamente debemos hacer un esfuerzo por “hacer una sinfonía” con las varias concepciones evocadas por medio de la frase “reino de Dios,” pero debemos hacer un esfuerzo por entender las relaciones entre las varias metáforas e imágenes con las que Jesús explica el significado de la venida del reino. Por ejemplo, Jesús algunas veces habla del reino de Dios como algo que les es “otorgado” o un “don” a Sus discípulos, la concesión de privilegio y autoridad (Lucas 22:28-30).



En un sentido similar el reino es la herencia de las ovejas (Mateo 25:34). Entre otras cosas estas descripciones enfatizan que el reino es conferido por gracia. Un heredero no hace nada para ganarse su herencia; recibe su herencia porque está emparentado cercanamente con la persona que confiere la herencia. Al mismo tiempo, Jesús también dice que una justicia que sobrepase la justicia de los escribas y Fariseos es un prerrequisito para la entrada en el reino (Mateo 5:20).

Parece haber allí algo de tensión entre estos dos temas en la predicación de Jesús. No podemos simplemente dejarlos así; no podemos decir simplemente que en un sentido el reino es un don, pero que en otro sentido debemos merecer el reino por nuestra justicia. La harmonización y la sistematización son aquí esenciales, pero el enfoque de “símbolo de tensión” nos provee poca o ninguna ayuda para ese fin.

Un segundo obstáculo para entender la enseñanza de la Escritura sobre el reino de Dios es que, hasta el siglo pasado, se le ha dedicado poca atención a este tema específico. Martín Bucer, el reformador de Strasbourg, escribió un libro titulado, El Reinado de Cristo en Inglaterra, pero los otros reformadores dedicaron sus esfuerzos a defender la doctrina de la justificación o la doctrina Reformada de los Sacramentos. Cuando ellos (Bucer incluido) hablaban del reino de Dios, con mucha frecuencia lo igualaban con la Iglesia. Esta es la perspectiva tomada por la Confesión de Fe de Westminster (1647): “La iglesia visible se compone de todos aquellos que en todo el mundo profesan la religión verdadera, juntamente con sus hijos, y es el reino del Señor Jesucristo, la casa y familia de Dios, fuera de la cual no hay posibilidad ordinaria de salvación” (XXV.2). El reino y la Iglesia están estrechamente vinculados en la Escritura, y en algunos

sentidos los dos podrían ser intercambiables. Pero en general, ciertamente, no son idénticos. Jesús no vino proclamando el “evangelio de la Iglesia.” Cuando el reino de Dios comenzó a ser estudiado en detalle el siglo pasado la mayoría de eruditos que trabajaban en el tema ya no creían en la confiabilidad de la Escritura. Fue únicamente como reacción a la erudición liberal que los eruditos conservadores comenzar a

estudiar el tema con alguna profundidad. En el mundo evangélico el estudio del reino de Dios ha sido, al menos en la mente popular, demasiado condicionado por el dispensacionalismo. Tanto los escritores dispensacionalistas como los no dispensacionalistas se han concentrado en la cuestión milenial, que es, a lo sumo, de importancia secundaria; en otras palabras, los dispensacionalistas han seleccionado el campo de juego y han formulado las reglas del juego. Los escritores liberales modernos sobre el reino de Dios, al poner menos atención a las cuestiones mileniales y más atención a las cuestiones eclesiológicas, Cristológicas y escatológicas, a menudo han reflejado mejor las prioridades bíblicas que sus homólogos ortodoxos.

Finalmente, el estudio del reino de Dios se hace difícil por el hecho que está asociado con tantas doctrinas bíblicas diferentes. El reino está asociado con el perdón de los pecados (Mateo 18:21-35), el arrepentimiento y la fe (Mateo 4:17), la vida justa y recta (Mateo 5:3; 5:17-20), y el nuevo nacimiento (Juan 3:5). Buscar el reino debiese ser nuestra más alta prioridad (Mateo 6:33), y el reino de Dios es nuestro destino y herencia (Mateo 25:34). Muchas de estas otras doctrinas bíblicas son, en sí mismas, temas muy centrales de la Escritura. Para entender la naturaleza del reino necesitamos examinar también la enseñanza de la Escritura sobre estos otros temas.

Debido a la complejidad y dificultad del tópico, no afirmo que mi tratamiento del reino sea definitivo. Por otro lado, espero haber hecho algún progreso en entender el reino de Dios.

Autor Por Peter J. Leithart





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